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Razones y pasiones del derbi
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Anterior Volver SiguientePEDRO SEMPERE
La palabra derbi nació en la hípica y se consagró en el fútbol. Fue en 1780 cuando el duodécimo conde de Derby celebró una espectacular carrera de caballos para conmemorar su matrimonio. La carrera aún se celebra, en el condado de Surrey, al Sur de Londres, pero el término se lo ha apropiado el fútbol para designar la máxima expectación ante el encuentro de dos equipos de la misma ciudad o de ciudades próximas y rivales.
Cuarenta años sin derbi valenciano que apenas pudo ser reemplazado por el derbi ante el Villarreal, en el que la proximidad era evidente pero la rivalidad artificial, barnizada de amor filial y germanor.
El verdadero derbi se reestrena el 8 de enero. Entre el equipo que lleva, y por ello cobra sus dividendos, el nombre de la ciudad y la comunidad, el Valencia C.F., todopoderoso, favorito de las instituciones y de los poderes fácticos. Y el Levante U.D., familiar y solidario, golpeado por la adversidad y sostenido por la energía de los supervivientes. Y quizás por eso mismo, con el atractivo irresistible de todo lo alternativo.
Las alegorías que suscita este desigual combate de David contra Goliat no son sólo presupuestarias y deportivas. El victimismo testificado por los débiles no es sólo una coartada moral sino la constatación de un permanente agravio.
Agravio institucional, visualizado en la Operación Nuevo Estadio, revestido de apariencia legal, pero desprovisto de razón ética y social, y que ha producido escándalo en círculos concienciados de la sociedad civil. Como cruel paradoja, el club vulnerable y humilde, pero fortalecido con la convicción de los disidentes, tiene que construir lentamente sus instalaciones con iniciativa y capital privado.
Agravios simbólicos como el desdén mediático o los actos vandálicos que protagonizan aparentemente los radicales de Goliat, cuando asaltan un bar repleto de aficionados en Orriols, cuando queman la palmera, símbolo anímico de la resurrección y el ascenso, o destruyen la fachada de la modesta tienda oficial del Levante UD, recién inaugurada. Una política de violenta tierra quemada, que recuerda otras razzias, y que sólo puede enmascarar un miedo insuperable a ver peligrar los privilegios.
La rivalidad entre las aficiones, sin embargo, apenas alcanza el rango de lo virtual. Una displicente indiferencia de los unos ante la larga travesía del desierto de los otros. Una larga distancia de dos líneas divergentes que se divisaban a lo lejos, se juramentaban para el reto, la victoria o la revancha, pero jamás llegaban a encontrarse. Una larga distancia que la directiva del VCF se ha empeñado en agrandar, marcando unos precios desorbitados. Como queriendo restar apoyos al rival y ahuyentar a su parroquia de los fastos del reencuentro.
El momento es ahora. Y la disyuntiva para equilibrar las posiciones, medir las fuerzas y lavar las afrentas es sólo deportiva, afortunadamente. Un simple y noble encuentro deportivo librado entre los dos equipos por primera vez en 40 años, el próximo 8 de enero. Y que disfrutará del irresistible atractivo del fútbol incentivado por las fuerzas contrarias de la lógica y el azar.
Pero para calmar las pasiones no olvidemos que se trata de un derbi como aquél de los ejércitos de austrias y borbones que se enfrentaron en la batalla de Almansa, y que eran dos ejércitos de mercenarios. Como ahora son dos equipos de profesionales a quienes nada les va ni les viene más allá de la motivación de sus contratos. Un derbi paradójico, que siendo real, será, a la vez, simbólico.
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¡¡¡Macho Llevant!!!
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Sempere crack