INTERESANTE ARTICULO DESDE MURCIA
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Hércules no fue engendrado en una noche
JUAN IGNACIO DE IBARRA // MURCIA
Hace unos días, La Verdad recogía diversas opiniones de gente de Murcia a las que se pedía sus preferencias: ¿Real Murcia o Ciudad de Murcia? Como era de prever, ganaron los partidarios del club de toda la vida, haciendo bueno lo que había dicho Samper: «El Real Murcia es el más murciano porque es el más antiguo».
Yo diría algo más y la familia Pina -que también el padre cuenta, aunque sea hombre de natural prudencia- también lo sabe: el Real Murcia es un sentimiento arraigado, el más profundo y característico, auténtica seña de identidad de los murcianos. Incluso para miles de ellos, nacidos aquí o de adopción, a quienes no gusta el fútbol.
La inmensa mayoría de los murcianos, cuando niños, queríamos jugar al fútbol y soñábamos con hacerlo en el Real Murcia. Quique Pina no es una excepción de muy niño, quiso ser seguidor del Real Murcia, de joven buscó jugar en el Real Murcia y cuando abandonaba la práctica del fútbol, gestionó la compra del Real Murcia, antes incluso que Jesús Samper.
Pero el mundo y la vida no se acaban en el club que suscita tantos amores y devociones. Amado Nervo decía que la pasión es una fuerza cósmica, como la gravitación, y el Murcia -nuestro Real Murcia- es para muchos una pasión.
Pero Pina, o cualquier otro, tiene perfecto derecho a crear nuevas devociones, que ya Heráclito afirmaba que el sol es nuevo todos los días. Y habrá que preparar a los más fieles, para los que el Real Murcia forma parte substancial de su propia existencia, en la verdad de que Pina, o quien sea, puede alzar un banderín de enganche y que cualquiera tiene derecho a concebir nuevas ilusiones que, a su vez, engendrarán rivalidades, que incluso añaden incentivos a la actividad deportiva y social que se revaloriza con la rivalidad.
A los impulsores del Ciudad de Murcia les corresponde el mismo derecho a repetir lo que hicieron los inventores del Español, Atlético de Madrid, Betis o Levante que nacieron y crecieron en un efecto multiplicador en cuatro ciudades españolas de primer orden, de modo que un españolista no es menos catalán que un culé, de forma que un colchonero representa tanto a Madrid con el nonocampeón de Europa, en la misma medida que un bético es o puede ser un sevillano de mayor cuantía y al igual que un asiduo del antiguo Vallejo, se acredita no sólo alguien del Grao, sino que es tan paisano de Blasco Ibáñez como el socio más antiguo del Valencia.
La rivalidad no sólo es saludable, sino deseable, siempre que discurra por los cauces del respeto y las normas de elemental convivencia, y el derecho a elegir el partido al que uno vota o el equipo al que aplaude, o la ciudad a la que quiere es algo incuestionable. Pina puede reclamar su murcianía y debe respetar el origen de los demás. La coincidencia de los dos equipos en la misma categoría servirá, seguramente, para que nazcan nuevas filias y, de modo inevitable, para que se alimenten ciertas fobias. El Murcia es el fruto de unas raíces plantadas hace casi cien años. Posee el vigor de la perseverancia. El Ciudad tiene la divina impaciencia de la juventud.
Pero vale la pena recordar que Hércules no fue engendrado en una noche
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Quiero decir que el articulista debería saber que el caso del Ciudad no es comparable con el del Levante. El "efecto multiplicador" que dio lugar a otros clubes en las ciudades españolas que menciona en su artículo no parece aplicable a nuestro Levante, sino más bien a ciertos vecinos nuestros que, habiéndo nacido años más tarde, se han ido especializando en apropiarse de todos aquellos símbolos que pueden mobilizar a una parte importante de la población: nombre, escudo, bandera hasta en el equipaje, etc. Es decir, al contrario del caso murciano, el equipo pequeño en cuanto al número de socios no es el que, con su aparición, provoca la rivalidad, sino al contrario: los "inventores" del Levante -desconozco la historia de los de los otros clubes mencionados en el artículo- tuvieron la idea antes que los del Valencia, quienes -y en eso sí estoy de acuerdo con el articulista- tuvieron todo el derecho del mundo para inventarse un equipo cuyos seguidores, con el paso del tiempo, verían derrotado con estrépito en Japón.
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@faetón:
Quiero decir que el articulista debería saber que el caso del Ciudad no es comparable con el del Levante. El "efecto multiplicador" que dio lugar a otros clubes en las ciudades españolas que menciona en su artículo no parece aplicable a nuestro Levante, sino más bien a ciertos vecinos nuestros que, habiéndo nacido años más tarde, se han ido especializando en apropiarse de todos aquellos símbolos que pueden mobilizar a una parte importante de la población: nombre, escudo, bandera hasta en el equipaje, etc. Es decir, al contrario del caso murciano, el equipo pequeño en cuanto al número de socios no es el que, con su aparición, provoca la rivalidad, sino al contrario: los "inventores" del Levante -desconozco la historia de los de los otros clubes mencionados en el artículo- tuvieron la idea antes que los del Valencia, quienes -y en eso sí estoy de acuerdo con el articulista- tuvieron todo el derecho del mundo para inventarse un equipo cuyos seguidores, con el paso del tiempo, verían derrotado con estrépito en Japón.
Este articulista anda ya por los 70 años y se ha comido viajes a Vallejo desde el tiempo de los Picapiedra, así que debería saber que efectivamente, el "caso Levante" no se parece en en nada al del Ciudad.