La abuela Vicenta
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Opinaria lo mismo que si el comprador fuera de Tomelloso, Villarreal o Alicante ¿ o no?
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¿Qué opinarían Vicenta y Toni de la venta del Levante a un inversor extranjero?
¿que sea "extranjero" importa? ¿si es de Rafelbunyol vale, aunque luego sea un Soler, un Soriano o un Villarroel?
¿qué estamos discutiendo exactamente sobre qué opinaría la abuela Vicenta? ¿que haya un invesor? ¿qué sea extranjero? Son dos cosas MUY DISTINTAS.
¿es justo usar este post para hablar del tema y acabar ensuciándolo también? Hay mil posts para hablar de la posible venta.
El post lo creaste tú así que me parece respetable que seas tú quien plantea la pregunta. pero ten en cuenta las consecuencias sobre uno de los pocos posts del foro donde todo el mundo parecía estar siempre de acuerdo.
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@Favallú:
aunque se venda el Club la frescura y el calor de la abuela Vicenta siempre estará en los alamares del Foro y nuestros corazones, SIEMPRE!!!!
pues usemos el hilo para gestas deportivas, sea con Villarroel, catalán, sarver o un marciano, y no para hablar de ventas.
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¿Qué opinarían Vicenta y Toni de la venta del Levante a un inversor extranjero?
¿que sea "extranjero" importa? ¿si es de Rafelbunyol vale, aunque luego sea un Soler, un Soriano o un Villarroel?
¿qué estamos discutiendo exactamente sobre qué opinaría la abuela Vicenta? ¿que haya un invesor? ¿qué sea extranjero? Son dos cosas MUY DISTINTAS.
¿es justo usar este post para hablar del tema y acabar ensuciándolo también? Hay mil posts para hablar de la posible venta.
El post lo creaste tú así que me parece respetable que seas tú quien plantea la pregunta. pero ten en cuenta las consecuencias sobre uno de los pocos posts del foro donde todo el mundo parecía estar siempre de acuerdo.
no pretendo polemizar ni que se polemice en este post
simplemente era una especie de apunte para reflexionar sobre cómo vería la gente del Levante que ya no está con nosotros lo que ultimamente está ocurriendo
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te entiendo, lolaila. No se si lees el foro a menudo. podrás ver que el tema de la venta está suscitando bastantes discusiones, algunas no demasiado "educadas".
planteaba si sacar a relucir el tema de la venta aquí podría "estropear" un post mítico en la historia del foro.
seguro que la gente que ya se ha ido y que estuvo siguiendo al Levante muchos años no entendería ni esa venta ni cómo funciona el futbol de hoy en dia. Que Jorge Mendes sea mas importante que un presidente o un secretario técnico para decidir quien juega aquí o allí… todo es mercantilismo. El Levante ya es parte de esa rueda como el resto de equipos de primera división y en general de la élite del futbol europeo.
seguramente les entristecería ver el fútbol actual, y el Levante no es una excepción. Se venda a Sarver o se quede bajo el control de 33 patronos algunos de los cuales ni siquiera les gusta el fútbol o no son del Levante.
Así que es casi un regalo para ellos que no conozcan el Levante actual.
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quizás fuese algo así:
Anoche Vicenta y Toni discutieron. Ya hacía mucho tiempo que no lo hacían tan apasionadamente, quizás desde aquel día en que él se negó a saludar al cura de la Iglesia de los Ángeles cuando se lo encontraron paseando por la playa una noche de agosto de principios de los sesenta. A Vicenta le pareció muy mal aquello porque la educación nunca se debía de perder. Él, cuando oyó el reproche de ella, montó en cólera y maldijo a todo el santoral de la a la z, lo cual a su vez hizo que ella se enfadara como pocas veces recordaba haberlo hecho. Tres días enteros estuvieron sin hablarse.
Anoche la discusión fue más breve. Quizás es porque ahí arriba entre nubes se ve todo un poco desde la lejanía y por tanto un poco más desapasionadamente. Todo empezó porque Vicenta hizo un comentario trivial sobre ese señor americano que dicen que quiere comprar el Levante… “pareix un bon xic”. Simplemente dijo eso, nada más, pero Toni notó que una súbita furia le recorría por dentro. Su primer ataque fue despreciativo con un “¿Què sabràs tú?”, en un tono que a Vicenta le sorprendió pues su marido a pesar de ser una persona con fama en cierto modo de ser algo arisca, no era muy de comportarse de tal forma con ella.
“¿Què sabràs tú?”. A Vicenta le pareció tan injusta la descalificación que notó como su orgullo hervía por dentro y aunque, ni mucho menos tenía claro el asunto, se dio instantáneamente cuenta de que iba a defender a ese señor americano aunque solo fuera por el despecho que en esos momentos la embargaba.
“Lo que sé es que has estado muchos años siguiendo al equipo por esos campos de mala muerte, quejándote de que erais más pobres que las ratas, de que ya estabas cansado de, además de haber perdido una guerra, ver perder también al Levante contra equipos de medio pelo….Y ahora que tenéis la oportunidad de salir de pobres,….¡¡ahora vas y te haces el señorito digno!!…. ¡¡parece mentira!!”, le espetó.
Toni, no esperaba esa respuesta y menos en el tono iracundo en que Vicenta la emitió. Pero supo que la discusión estaba ahí. Lo supo enseguida. Las pocas veces que se habían enojado el uno con el otro tenían un denominador común: el idioma. Pasaban a actuar como si no se conocieran de nada, abandonaban el valenciano y como aquella lejana tarde en el parque en que se conocieron, se interpelaban en castellano.
Allí arriba no estaban permitidas las discusiones pero aun así Toni supo que no iba a poder contenerse. Aunque ella se refería a él y al equipo en tercera persona, Toni sabía que ella era más levantinista que nadie, incluso quizás más que él, que ya era decir. Ella era levantinista sin gustarle el futbol, ella era levantinista por amor a él, por fe.
Y atacó. La atacó despiadadamente. “¿Señorito digno yo?, ¿señorito yoooo?. ¡¡Señorita tú que desprecias lo que eres y ahora quieres dártela de nueva rica!!. Si tanto te gustan los dineros, haberte liado con otro y haberte hecho chota, que allí siempre han ido más sueltos de cartera”.
Se hizo el silencio. Durante unos instantes solo se oía el arpa de un querubín cercano que debía haber extraviado a sus compañeros de coro. ¿Liarse con otro?, ¿hacerse chota?. En décadas de matrimonio, tanto terráqueo como celestial, jamás él le había dicho cosas tan feas.
Se echó a llorar. Y no como aquel día del ascenso cuando lloró de felicidad. Ahora lo hacía de rabia. Él se dio cuenta de que se había excedido y la rodeó con las alas. Mientras ella le intentaba separar, él reculó: ”potser tingues raó Vicenta i eixe americà siga un bon xic”. Ella le contestó: “no Toni, tens tú la raó, la veritat és que és millor no arriscar i posar-nos en mans d´un desconegut”. Y se dieron cuenta de que otra vez se contradecían pero ya no importaba.
Ambos tenían razón y ambos no la tenían.
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Pufffff
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Simplemente ¡genial!
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Esa discusión entre Visenta y Toni es el dilema en que nos encontramos los terraqueos granotas actuales.
Hoy en Las Provincias hay una Carta al Director de un granota que me ha hecho reflexionar sobre la VENTA de nuestro Levante (muy buena por cierto). Si supiéramos el FUTURO lo tendriamos muy claro pero como no es así.............................AHÍ ESTA EL DILEMA con sus pros y sus contras.
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Esta muy chulo. -->
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Me parece genial que Vicenta y Toni no discutan por la venta, no tienen que hacerlo. Ellos formaron parte de "otro Levante", con ese Levante disfrutaron, aprendieron, rieron y lloraron. Es un Levante que está en el recuerdo de todos. Igual que Vicenta y Toni. Mantengamos el recuerdo. No olvidemos de donde venimos.
Y ahora, a los que todavía estamos aquí, a los "herederos" de Vicenta y Toni, somos a los que nos toca decidir. Vicenta y Toni ya hicieron su trabajo, no les obliguemos a pronunciarse porque no es su turno, y que suerte tienen de que no lo sea. Pueden ver "desde la barrera" la complicada decisión actual, porque ninguna decisión es buena ni mala de antemano. Todo puede salir perfecto o irse al traste. El futuro puede ser genial u horroroso. Pero la decisión es NUESTRA. Acertemos con la decisión para que ellos puedan estar contentos.
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Son las nueve y media de la noche y ya anochece en el Cabanyal. Vicenta está sola tomando la fresca sentada en la acera delante de su casita coqueta y centenaria. Su enjuto y octogenario cuerpo es sostenido sin dificultad por una silla de playa de patas oxidadas comprada aquel mismo lejano año en que tuvo su primera magefesa. En su mano izquierda sujeta una bandera blaugrana, ya muy ajada, y con la derecha saluda a los coches alocadamente conducidos por veinteañeros que hacen su particular rallie por los estrechas callejuelas de los poblados marítimos de Valencia, haciendo ostentación de fanatismo levantinista. Apenas pasan a dos ó tres metros de ella y Vicenta, aunque las cataratas casi no le dejan verlos, percibe enormes vaharadas de felicidad procedentes de aquellos ruidosos jóvenes que sin duda acabarán destrozando las bocinas de sus autos.
Desde que Toni murió, el mismo día que aquel guardia civil bigotudo tan maleducado y feo montase aquel lío en Madrid -ella cree que deben de haber pasado más de veinte años pero no estaría segura- Vicenta no se había sentido tan feliz. Ni siquiera cuando su hijo le dio su primer nieto, Ximet, pocos meses después de que Toni no volviese a casa y se quedase para siempre faenando en la mar.
A ella no le gusta el futbol, es más, en vida de Toni lo odiaba. Ella hubiera deseado que su Toni le llevara a pasear por la calle Colón, por la Plaza del Generalísimo, por la calle de la Paz,…en lugar de irse con sus amigotes de cofradía al Vallejo, el campo del Levante, a chillar y gritar como monos en celo. Además casi siempre venía disgustado y, aunque en casi veinte años de matrimonio nunca le había puesto la mano encima, ella no podía evitar sentir cierta sensación difusa parecida al miedo cuando su hombretón, con su uno ochenta y pico y sus noventa y largos kilos de peso, venía enfadado como si mil demonios se hubiesen apropiado de su alma.
Ella le achacaba enfadarse por tonterías y el le respondía que se enfadaba “porque me da la gana” y que "a vore si, damunt de que vam perdre una guerra, almenys puc tindre l'alegria que el meu equip guanye algun partit, caguendéu!". Cuando estaba muy enfadado siempre su valenciano se volvía muy agreste y siempre, pero es que siempre, soltaba la palabreja de marras ante la cual Vicenta se precitaba a santiguarse con movimientos rápidos como si el hecho de que pasaran más de dos segundos entre el cagüendios y su piadoso gesto inevitablemente fuese a conducirlos al infierno a los dos.
Cuando él no volvió, a Vicenta todo le evocaba a Toni: objetos, olores, sonidos,…Pero el paso del tiempo fue borrando de forma imperceptible aunque continua e inexorable, la memoria de su marido, hasta que llegó un día, para su íntimo escándalo, en que se dio cuenta de que ya no era capaz de evocar con precisión el rostro de aquel hombre al que había adorado desde el primer día en que lo vio sentado en aquel banco del parque. Aquel día recién acabada la guerra en que él, viéndola devorar en dos bocados un panecillo negro como el carbón, le regaló el suyo, mientras le mentía en aquel castellano forzado: “no se preocupe señorita, yo hoy he comido un buen plato de judías y la verdad, no tengo mucha hambre”.
Hasta que un lluvioso sábado de noviembre, hace ya muchos otoños, Vicenta, aburrida y sin saber muy bien que hacer, encendió el viejo telefunken del salón y allí, en aquel nuevo canal en el que hablaban en valenciano, estaba el dichoso Levante jugando un partido a vida ó muerte en un desvencijado campo de algún pueblo no muy lejano. Y perdía cuatro a cero. Y Vicenta vio a su marido allí, a su lado, con absoluta nitidez. Lo vio enfadado, encolerizado, gritando “ja hi ha prou, caguendéu!” . Y Vicenta lloró. Lloró como no había llorado en su vida, lloró todo lo que no había llorado en muchos años. Lloró hasta creer que no podría parar de hacerlo nunca.
Cuando despertó, poco antes del amanecer, Vicenta ya no lloraba. Buscó y rebuscó por toda la casa hasta que encontró la vieja bandera que su hijo y su marido llevaban cada quince días desde la Malvarrosa hasta el Vallejo en aquel tranvía. Esa bandera que desde hace diecinueve temporadas ahora lleva ella al Ciudad de Valencia. La misma bandera con la que está saludando a esos jóvenes que le gritan: “abuela, ja som de primera”.
Ahora, allá en el cielo, su Toni estará exclamando: “per fí ,caguendéu!” mientras Dios, a su lado, se rie a carcajadas.
Joder…me he emocionado
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Ara mes que mai , cal recordar açó
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Ara mes que mai , cal recordar açó
Este hilo siempre me saca una sonrisa muy sincera. Gracias por el reflote Lliure
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Precioso!! No lo conocía
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¡¡¡La abuela Vicenta está de vuelta!!! ¡¡¡Amunt granotes!!!
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La sonrisa de siempre…
Nos vemos mañana en la fuente!!!
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¡¡¡¡I el gat puja a la palmeraaaa!!!!!!!!
¡¡Se nota, se siente, se nota en el ambiente!!
Som, som, som, de primera divisió.
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Amunt el post
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Son las nueve y media de la noche y ya anochece en el Cabanyal. Vicenta está sola tomando la fresca sentada en la acera delante de su casita coqueta y centenaria. Su enjuto y octogenario cuerpo es sostenido sin dificultad por una silla de playa de patas oxidadas comprada aquel mismo lejano año en que tuvo su primera magefesa. En su mano izquierda sujeta una bandera blaugrana, ya muy ajada, y con la derecha saluda a los coches alocadamente conducidos por veinteañeros que hacen su particular rallie por los estrechas callejuelas de los poblados marítimos de Valencia, haciendo ostentación de fanatismo levantinista. Apenas pasan a dos ó tres metros de ella y Vicenta, aunque las cataratas casi no le dejan verlos, percibe enormes vaharadas de felicidad procedentes de aquellos ruidosos jóvenes que sin duda acabarán destrozando las bocinas de sus autos.
Desde que Toni murió, el mismo día que aquel guardia civil bigotudo tan maleducado y feo montase aquel lío en Madrid -ella cree que deben de haber pasado más de veinte años pero no estaría segura- Vicenta no se había sentido tan feliz. Ni siquiera cuando su hijo le dio su primer nieto, Ximet, pocos meses después de que Toni no volviese a casa y se quedase para siempre faenando en la mar.
A ella no le gusta el futbol, es más, en vida de Toni lo odiaba. Ella hubiera deseado que su Toni le llevara a pasear por la calle Colón, por la Plaza del Generalísimo, por la calle de la Paz,…en lugar de irse con sus amigotes de cofradía al Vallejo, el campo del Levante, a chillar y gritar como monos en celo. Además casi siempre venía disgustado y, aunque en casi veinte años de matrimonio nunca le había puesto la mano encima, ella no podía evitar sentir cierta sensación difusa parecida al miedo cuando su hombretón, con su uno ochenta y pico y sus noventa y largos kilos de peso, venía enfadado como si mil demonios se hubiesen apropiado de su alma.
Ella le achacaba enfadarse por tonterías y el le respondía que se enfadaba “porque me da la gana” y que "a vore si, damunt de que vam perdre una guerra, almenys puc tindre l'alegria que el meu equip guanye algun partit, caguendéu!". Cuando estaba muy enfadado siempre su valenciano se volvía muy agreste y siempre, pero es que siempre, soltaba la palabreja de marras ante la cual Vicenta se precitaba a santiguarse con movimientos rápidos como si el hecho de que pasaran más de dos segundos entre el cagüendios y su piadoso gesto inevitablemente fuese a conducirlos al infierno a los dos.
Cuando él no volvió, a Vicenta todo le evocaba a Toni: objetos, olores, sonidos,…Pero el paso del tiempo fue borrando de forma imperceptible aunque continua e inexorable, la memoria de su marido, hasta que llegó un día, para su íntimo escándalo, en que se dio cuenta de que ya no era capaz de evocar con precisión el rostro de aquel hombre al que había adorado desde el primer día en que lo vio sentado en aquel banco del parque. Aquel día recién acabada la guerra en que él, viéndola devorar en dos bocados un panecillo negro como el carbón, le regaló el suyo, mientras le mentía en aquel castellano forzado: “no se preocupe señorita, yo hoy he comido un buen plato de judías y la verdad, no tengo mucha hambre”.
Hasta que un lluvioso sábado de noviembre, hace ya muchos otoños, Vicenta, aburrida y sin saber muy bien que hacer, encendió el viejo telefunken del salón y allí, en aquel nuevo canal en el que hablaban en valenciano, estaba el dichoso Levante jugando un partido a vida ó muerte en un desvencijado campo de algún pueblo no muy lejano. Y perdía cuatro a cero. Y Vicenta vio a su marido allí, a su lado, con absoluta nitidez. Lo vio enfadado, encolerizado, gritando “ja hi ha prou, caguendéu!” . Y Vicenta lloró. Lloró como no había llorado en su vida, lloró todo lo que no había llorado en muchos años. Lloró hasta creer que no podría parar de hacerlo nunca.
Cuando despertó, poco antes del amanecer, Vicenta ya no lloraba. Buscó y rebuscó por toda la casa hasta que encontró la vieja bandera que su hijo y su marido llevaban cada quince días desde la Malvarrosa hasta el Vallejo en aquel tranvía. Esa bandera que desde hace diecinueve temporadas ahora lleva ella al Ciudad de Valencia. La misma bandera con la que está saludando a esos jóvenes que le gritan: “abuela, ja som de primera”.
Ahora, allá en el cielo, su Toni estará exclamando: “per fí ,caguendéu!” mientras Dios, a su lado, se rie a carcajadas.
Joder…me he emocionado
Viéndolo desde fuera, es brutal
Algo así debe escribir alguien en versión zaragocista cuando se acabe el pasear por el desierto.
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Señores, ayer di con esto en LAS PROVINCIAS:
https://www.lasprovincias.es/comunitat/opinion/abuelo-vicente-20190530003616-ntvo.html¿CASUALIDAD? ¿PROVOCACIÓN?
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@Malcontent dijo en La abuela Vicenta:
Señores, ayer di con esto en LAS PROVINCIAS:
https://www.lasprovincias.es/comunitat/opinion/abuelo-vicente-20190530003616-ntvo.html¿CASUALIDAD? ¿PROVOCACIÓN?
Será casualidad (o como lo queramos llamar) como lo de Morales y Roger en San Mamés.
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@rana-baileys dijo en La abuela Vicenta:
@Malcontent dijo en La abuela Vicenta:
Señores, ayer di con esto en LAS PROVINCIAS:
https://www.lasprovincias.es/comunitat/opinion/abuelo-vicente-20190530003616-ntvo.html¿CASUALIDAD? ¿PROVOCACIÓN?
Será casualidad (o como lo queramos llamar) como lo de Morales y Roger en San Mamés.
socarraet13 27 de jul. de 2015 21:39
@lolaila:Son las nueve y media de la noche y ya anochece en el Cabanyal. Vicenta está sola tomando la fresca sentada en la acera delante de su casita coqueta y centenaria. Su enjuto y octogenario cuerpo es sostenido sin dificultad por una silla de playa de patas oxidadas comprada aquel mismo lejano año en que tuvo su primera magefesa. En su mano izquierda sujeta una bandera blaugrana, ya muy ajada, y con la derecha saluda a los coches alocadamente conducidos por veinteañeros que hacen su particular rallie por los estrechas callejuelas de los poblados marítimos de Valencia, haciendo ostentación de fanatismo levantinista. Apenas pasan a dos ó tres metros de ella y Vicenta, aunque las cataratas casi no le dejan verlos, percibe enormes vaharadas de felicidad procedentes de aquellos ruidosos jóvenes que sin duda acabarán destrozando las bocinas de sus autos.
Desde que Toni murió, el mismo día que aquel guardia civil bigotudo tan maleducado y feo montase aquel lío en Madrid -ella cree que deben de haber pasado más de veinte años pero no estaría segura- Vicenta no se había sentido tan feliz. Ni siquiera cuando su hijo le dio su primer nieto, Ximet, pocos meses después de que Toni no volviese a casa y se quedase para siempre faenando en la mar.
A ella no le gusta el futbol, es más, en vida de Toni lo odiaba. Ella hubiera deseado que su Toni le llevara a pasear por la calle Colón, por la Plaza del Generalísimo, por la calle de la Paz,…en lugar de irse con sus amigotes de cofradía al Vallejo, el campo del Levante, a chillar y gritar como monos en celo. Además casi siempre venía disgustado y, aunque en casi veinte años de matrimonio nunca le había puesto la mano encima, ella no podía evitar sentir cierta sensación difusa parecida al miedo cuando su hombretón, con su uno ochenta y pico y sus noventa y largos kilos de peso, venía enfadado como si mil demonios se hubiesen apropiado de su alma.
Ella le achacaba enfadarse por tonterías y el le respondía que se enfadaba “porque me da la gana” y que "a vore si, damunt de que vam perdre una guerra, almenys puc tindre l'alegria que el meu equip guanye algun partit, caguendéu!". Cuando estaba muy enfadado siempre su valenciano se volvía muy agreste y siempre, pero es que siempre, soltaba la palabreja de marras ante la cual Vicenta se precitaba a santiguarse con movimientos rápidos como si el hecho de que pasaran más de dos segundos entre el cagüendios y su piadoso gesto inevitablemente fuese a conducirlos al infierno a los dos.
Cuando él no volvió, a Vicenta todo le evocaba a Toni: objetos, olores, sonidos,…Pero el paso del tiempo fue borrando de forma imperceptible aunque continua e inexorable, la memoria de su marido, hasta que llegó un día, para su íntimo escándalo, en que se dio cuenta de que ya no era capaz de evocar con precisión el rostro de aquel hombre al que había adorado desde el primer día en que lo vio sentado en aquel banco del parque. Aquel día recién acabada la guerra en que él, viéndola devorar en dos bocados un panecillo negro como el carbón, le regaló el suyo, mientras le mentía en aquel castellano forzado: “no se preocupe señorita, yo hoy he comido un buen plato de judías y la verdad, no tengo mucha hambre”.
Hasta que un lluvioso sábado de noviembre, hace ya muchos otoños, Vicenta, aburrida y sin saber muy bien que hacer, encendió el viejo telefunken del salón y allí, en aquel nuevo canal en el que hablaban en valenciano, estaba el dichoso Levante jugando un partido a vida ó muerte en un desvencijado campo de algún pueblo no muy lejano. Y perdía cuatro a cero. Y Vicenta vio a su marido allí, a su lado, con absoluta nitidez. Lo vio enfadado, encolerizado, gritando “ja hi ha prou, caguendéu!” . Y Vicenta lloró. Lloró como no había llorado en su vida, lloró todo lo que no había llorado en muchos años. Lloró hasta creer que no podría parar de hacerlo nunca.
Cuando despertó, poco antes del amanecer, Vicenta ya no lloraba. Buscó y rebuscó por toda la casa hasta que encontró la vieja bandera que su hijo y su marido llevaban cada quince días desde la Malvarrosa hasta el Vallejo en aquel tranvía. Esa bandera que desde hace diecinueve temporadas ahora lleva ella al Ciudad de Valencia. La misma bandera con la que está saludando a esos jóvenes que le gritan: “abuela, ja som de primera”.
Ahora, allá en el cielo, su Toni estará exclamando: “per fí ,caguendéu!” mientras Dios, a su lado, se rie a carcajadas.
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Este mensaje creo que es de unos 10 años antes.
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Vamos a darle un poco de emotividad a esto con un clásico, que estamos a 23 horas de una eliminatoria que marcará nuestro futuro y estáis muy sosos, más pendientes de los fichajes de la temporada que viene que de lo que nos jugamos.