quizás fuese algo así:
Anoche Vicenta y Toni discutieron. Ya hacía mucho tiempo que no lo hacían tan apasionadamente, quizás desde aquel día en que él se negó a saludar al cura de la Iglesia de los Ángeles cuando se lo encontraron paseando por la playa una noche de agosto de principios de los sesenta. A Vicenta le pareció muy mal aquello porque la educación nunca se debía de perder. Él, cuando oyó el reproche de ella, montó en cólera y maldijo a todo el santoral de la a la z, lo cual a su vez hizo que ella se enfadara como pocas veces recordaba haberlo hecho. Tres días enteros estuvieron sin hablarse.
Anoche la discusión fue más breve. Quizás es porque ahí arriba entre nubes se ve todo un poco desde la lejanía y por tanto un poco más desapasionadamente. Todo empezó porque Vicenta hizo un comentario trivial sobre ese señor americano que dicen que quiere comprar el Levante… “pareix un bon xic”. Simplemente dijo eso, nada más, pero Toni notó que una súbita furia le recorría por dentro. Su primer ataque fue despreciativo con un “¿Què sabràs tú?”, en un tono que a Vicenta le sorprendió pues su marido a pesar de ser una persona con fama en cierto modo de ser algo arisca, no era muy de comportarse de tal forma con ella.
“¿Què sabràs tú?”. A Vicenta le pareció tan injusta la descalificación que notó como su orgullo hervía por dentro y aunque, ni mucho menos tenía claro el asunto, se dio instantáneamente cuenta de que iba a defender a ese señor americano aunque solo fuera por el despecho que en esos momentos la embargaba.
“Lo que sé es que has estado muchos años siguiendo al equipo por esos campos de mala muerte, quejándote de que erais más pobres que las ratas, de que ya estabas cansado de, además de haber perdido una guerra, ver perder también al Levante contra equipos de medio pelo….Y ahora que tenéis la oportunidad de salir de pobres,….¡¡ahora vas y te haces el señorito digno!!…. ¡¡parece mentira!!”, le espetó.
Toni, no esperaba esa respuesta y menos en el tono iracundo en que Vicenta la emitió. Pero supo que la discusión estaba ahí. Lo supo enseguida. Las pocas veces que se habían enojado el uno con el otro tenían un denominador común: el idioma. Pasaban a actuar como si no se conocieran de nada, abandonaban el valenciano y como aquella lejana tarde en el parque en que se conocieron, se interpelaban en castellano.
Allí arriba no estaban permitidas las discusiones pero aun así Toni supo que no iba a poder contenerse. Aunque ella se refería a él y al equipo en tercera persona, Toni sabía que ella era más levantinista que nadie, incluso quizás más que él, que ya era decir. Ella era levantinista sin gustarle el futbol, ella era levantinista por amor a él, por fe.
Y atacó. La atacó despiadadamente. “¿Señorito digno yo?, ¿señorito yoooo?. ¡¡Señorita tú que desprecias lo que eres y ahora quieres dártela de nueva rica!!. Si tanto te gustan los dineros, haberte liado con otro y haberte hecho chota, que allí siempre han ido más sueltos de cartera”.
Se hizo el silencio. Durante unos instantes solo se oía el arpa de un querubín cercano que debía haber extraviado a sus compañeros de coro. ¿Liarse con otro?, ¿hacerse chota?. En décadas de matrimonio, tanto terráqueo como celestial, jamás él le había dicho cosas tan feas.
Se echó a llorar. Y no como aquel día del ascenso cuando lloró de felicidad. Ahora lo hacía de rabia. Él se dio cuenta de que se había excedido y la rodeó con las alas. Mientras ella le intentaba separar, él reculó: ”potser tingues raó Vicenta i eixe americà siga un bon xic”. Ella le contestó: “no Toni, tens tú la raó, la veritat és que és millor no arriscar i posar-nos en mans d´un desconegut”. Y se dieron cuenta de que otra vez se contradecían pero ya no importaba.
Ambos tenían razón y ambos no la tenían.