La escuela del Levante se ha convertido en una maquina de picar carne. Se ha despersonalizado. Nada tiene que ver con el ambiente familiar de hace unos pocos años.
Sus gestores se escudan en los resultados. Falsa fachada que se desmorona en cuanto se escarba un poco. En las últimas cuatro temporadas solo un jugador de la cantera, Rubén, con pasado valencianista, se ha consolidado en el primer equipo. Este precedente se agrava al ser nuestro club uno de los presupuestos más bajos de Primera División.
Se captan jugadores con la misma facilidad con que se desechan. Los que valen para hoy, no sirven para mañana. Los jugadores con más antiguedad quedan postergados a los fichados con contrato. Los entrenadores solo piensan en ganar. No existen dos equipos que jueguen igual. La gestión de grupos, pese a las reuniones de cada temporada, es nula.
El concepto escuela ha desaparecido. Incluso se ridiculiza por quien debería defenderlo. Se ha olvidado que es de pago y que las contrapartidas mínimas son enseñar y jugar. Cada crío que abandona es un fracaso y la desbandada está siendo generalizada. Plantillas sobredimensionadas, para que acaben jugando los mismos, solo conduce a conflictos entre jugadores, técnicos y familiares.
La escuela precisa gente nueva, sin ataduras profesionales, que rompa la vergonzosa deriva adoptada en los últimos años. La Directiva y la Fundación del Levante deben intervenir ya.