La senyera en su sitio, por favor.
RAFAEL LAHUERTA YÚFERA - Fundador del Gol Gran
De sobra sé que últimamente no hago más que hacer amigos. Pero para retozar en la calma de los lugares comunes ya están los prisioneros de las audiencias. Como lo mío es vocacional y tengo las espaldas anchas, amén de una marcada tendencia a decir o que pienso, y pensar lo que digo, no puedo dejar de opinar en torno a los que considero un error estratégico por parte del VCF: Recuperar la senyera como equipaje suplente.
Estoy convencido de que comercialmente tendrá una gran acogida, pero fuera de la visión económica me parece desacertado vincular al club de una manera tan directa con el símbolo que de manera oficial representa a todos los valencianos, y no sólo a los fieles de Mestalla.
En su momento, la utilización de la senyera fue una decisión sectaria y de nula rentabilidad social. Una elección polémica que al Valencia sólo le valió para granjearse fama de club que apostaba por una simbología determinada, sin atender a futuras consecuencias, como el alejamiento de Mestalla de gentes que vieron en aquello un gesto de sumisión a la UCD de Abril Martorell. En definitiva, sólo provocó fractura social. (Memorable al respecto la crónica de García Candau en El País al día siguiente de ganar la Copa del Rey de 1979).
Aunque a veces no lo parezca, los tiempos han cambiado. Hoy en día, la senyera es un símbolo institucionalmente incontestable, y su presencia debería ser la que corresponde a toda bandera: En el balcón de los edificios oficiales, y cuanto más lejos del día a día, mejor que mejor.
A diferencia de lo que Bush y sus cómplices sugieren, un país moderno no se construye con banderas, sino con valores democráticos y sentido de la responsabilidad.
Si el VCF quiere vincularse de una manera más estrecha a la sociedad que preferentemente le otorga su apoyo, ha de hacerlo de una manera mucho más inteligente y original, sin incurrir en tentativas populistas y con tufillo patriotero que tanto criticamos en otros equipos.
Si desagradable resulta que el Madrid juegue a ser el equipo de España y el Barça aspire a ser el ejército en armas de Catalunya (el sobrevalorado futbolísticamente Vázquez Montalbán se cubrió de gloria), no menos exagerado es otorgarle al VCF la representatividad del territorio valenciano, o país perplex de mi vecino J. V. Marqués.
Con esta medida, es lícito pensar que muchos valencianos no valencianistas puedan sentirse molestos, Me parece arrogante e innecesario, y sólo va a servir para que crezca sentimiento anti-valencianista, que lejos de ser beneficioso (esta sociedad carece de cintura para metabolizar bien sus conflictos) acabará pasando factura al propio club. Y por extensión, a la sociedad.
Ahora mismo, el VCF no tiene ninguna necesidad de variar su indumentaria. El naranja es un color que enlaza perfectamente con la tradición festiva y popular de Mestalla. Una marea lúdica y vistosa que le otorga el valor añadido de enlazarnos secretamente con Holanda, un petit país con una larga vocación de libertades, tolerancia y sentido de la ciudadanía basado en ese concepto tan hermoso de «vive y deja vivir». Tan, por otra parte, íntimamente mediterráneo.
Si el club quiere ser referencia social y enganchar a todos los que no sólo se dejan atrapar por el azar de los títulos, sin recurrir a tópicos y ofrendas florales, ahí va unas cuantas propuestas.
Organizar un congreso contra el racismo en el fútbol; colaborar en la integración de los inmigrantes sin caer en el paternalismo; desactivar o reciclar a los violentos; rescatar de las tinieblas a los valencianistas reconocidos que llevan años en el circuito literario, dándoles voz y espacio en las publicaciones del club. La lista es larga y de nivel: Francisco Brines, Rafael Chirbes, Manuel Vicent, Vicente Gallego, Rafael Arnal, Emilio Garrido, Paco Gisbert y el mismísimo Joan Francesc Mira, entusiasta del Valencia de Puchades. Aprovechar el impulso, en todos los ámbitos sociales, de las nuevas hornadas profesionales y universitarias, y se me ocurren una buena nómina de personas de máximo nivel, jóvenes, y altamente preparadas, con un valencianismo activo y cotidiano: Miquel Nadal, José Carlos Ruiz, Joan del Alcázar, Pep González, Vicent Flor, Alfred Mondria, Carmel Roda, Eduard Fernandez. Guillem Bertomeu, etc, etc, etc. Vehicular, en definitiva, todas aquellas iniciativas que puedan ir en beneficio del club y de la sociedad, sin pensar únicamente en si son o no rentables a nivel económico.
En suma, no necesitamos la senyera. Por si mismo, el VCF genera una mística intransferible, que lo convierte, no en agente de ninguna patria, comunidad o religión, sino en un TODO capaz de proyectar simbologías y metafísica propias. El sentimiento valencianista existe al margen de otras creencias. No es vinculante a la santa trinidad senyera-marededéu-fallas, ni equivale a pegar la cabotà cada vez que Rita se asoma al balcón. Por eso es tan importante no mezclar conceptos y potenciar lo que por sí sola es capaz de generar una entidad que pronto cumplirá 100 años.
Definitivamente, hay que diferenciar lo institucional de lo popular. El VCF no es el equipo de todos los valencianos. Es el equipo del pueblo de Mestalla. Y eso, señores del marketing, merece un estudio más profundo. Mientras lo popular genera inercias positivas, lo institucional cansa y provoca rechazo. No quieran convertir el VCF en un símbolo de obediencia obligada, ni en embajador oficial de lo que sin senyera es (la entidad cívica más importante de este país).
Desde el impulso no partidista ni vinculante de la sociedad civil gozará de mejor salud y mayor proyección.
Disfrazar al VCF con la senyera sólo servirá para evocar nostalgias en muchos que como yo fuimos niños de Kempes, pero más allá de esa emoción puntual y egoísta, el futuro del club y la exigencia del momento histórico que vivimos demanda otras actitudes.
No dejen que la nostalgia de unos condicione la vitalidad de un club que debe forjar su propio destino al margen de viejas retóricas. Es correcto mitificar la historia y proyectar su relato a través del tiempo, pero sin caer en el error de enarbolar banderas que no nos pertenecen en exclusividad.
Creánme, lo dice alguien que fue a Bruselas con esa camiseta. Sólo tenía 8 años.