La abuela Vicenta
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Pufffff
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Simplemente ¡genial!
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Esa discusión entre Visenta y Toni es el dilema en que nos encontramos los terraqueos granotas actuales.
Hoy en Las Provincias hay una Carta al Director de un granota que me ha hecho reflexionar sobre la VENTA de nuestro Levante (muy buena por cierto). Si supiéramos el FUTURO lo tendriamos muy claro pero como no es así.............................AHÍ ESTA EL DILEMA con sus pros y sus contras.
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Esta muy chulo. -->
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Me parece genial que Vicenta y Toni no discutan por la venta, no tienen que hacerlo. Ellos formaron parte de "otro Levante", con ese Levante disfrutaron, aprendieron, rieron y lloraron. Es un Levante que está en el recuerdo de todos. Igual que Vicenta y Toni. Mantengamos el recuerdo. No olvidemos de donde venimos.
Y ahora, a los que todavía estamos aquí, a los "herederos" de Vicenta y Toni, somos a los que nos toca decidir. Vicenta y Toni ya hicieron su trabajo, no les obliguemos a pronunciarse porque no es su turno, y que suerte tienen de que no lo sea. Pueden ver "desde la barrera" la complicada decisión actual, porque ninguna decisión es buena ni mala de antemano. Todo puede salir perfecto o irse al traste. El futuro puede ser genial u horroroso. Pero la decisión es NUESTRA. Acertemos con la decisión para que ellos puedan estar contentos.
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Son las nueve y media de la noche y ya anochece en el Cabanyal. Vicenta está sola tomando la fresca sentada en la acera delante de su casita coqueta y centenaria. Su enjuto y octogenario cuerpo es sostenido sin dificultad por una silla de playa de patas oxidadas comprada aquel mismo lejano año en que tuvo su primera magefesa. En su mano izquierda sujeta una bandera blaugrana, ya muy ajada, y con la derecha saluda a los coches alocadamente conducidos por veinteañeros que hacen su particular rallie por los estrechas callejuelas de los poblados marítimos de Valencia, haciendo ostentación de fanatismo levantinista. Apenas pasan a dos ó tres metros de ella y Vicenta, aunque las cataratas casi no le dejan verlos, percibe enormes vaharadas de felicidad procedentes de aquellos ruidosos jóvenes que sin duda acabarán destrozando las bocinas de sus autos.
Desde que Toni murió, el mismo día que aquel guardia civil bigotudo tan maleducado y feo montase aquel lío en Madrid -ella cree que deben de haber pasado más de veinte años pero no estaría segura- Vicenta no se había sentido tan feliz. Ni siquiera cuando su hijo le dio su primer nieto, Ximet, pocos meses después de que Toni no volviese a casa y se quedase para siempre faenando en la mar.
A ella no le gusta el futbol, es más, en vida de Toni lo odiaba. Ella hubiera deseado que su Toni le llevara a pasear por la calle Colón, por la Plaza del Generalísimo, por la calle de la Paz,…en lugar de irse con sus amigotes de cofradía al Vallejo, el campo del Levante, a chillar y gritar como monos en celo. Además casi siempre venía disgustado y, aunque en casi veinte años de matrimonio nunca le había puesto la mano encima, ella no podía evitar sentir cierta sensación difusa parecida al miedo cuando su hombretón, con su uno ochenta y pico y sus noventa y largos kilos de peso, venía enfadado como si mil demonios se hubiesen apropiado de su alma.
Ella le achacaba enfadarse por tonterías y el le respondía que se enfadaba “porque me da la gana” y que "a vore si, damunt de que vam perdre una guerra, almenys puc tindre l'alegria que el meu equip guanye algun partit, caguendéu!". Cuando estaba muy enfadado siempre su valenciano se volvía muy agreste y siempre, pero es que siempre, soltaba la palabreja de marras ante la cual Vicenta se precitaba a santiguarse con movimientos rápidos como si el hecho de que pasaran más de dos segundos entre el cagüendios y su piadoso gesto inevitablemente fuese a conducirlos al infierno a los dos.
Cuando él no volvió, a Vicenta todo le evocaba a Toni: objetos, olores, sonidos,…Pero el paso del tiempo fue borrando de forma imperceptible aunque continua e inexorable, la memoria de su marido, hasta que llegó un día, para su íntimo escándalo, en que se dio cuenta de que ya no era capaz de evocar con precisión el rostro de aquel hombre al que había adorado desde el primer día en que lo vio sentado en aquel banco del parque. Aquel día recién acabada la guerra en que él, viéndola devorar en dos bocados un panecillo negro como el carbón, le regaló el suyo, mientras le mentía en aquel castellano forzado: “no se preocupe señorita, yo hoy he comido un buen plato de judías y la verdad, no tengo mucha hambre”.
Hasta que un lluvioso sábado de noviembre, hace ya muchos otoños, Vicenta, aburrida y sin saber muy bien que hacer, encendió el viejo telefunken del salón y allí, en aquel nuevo canal en el que hablaban en valenciano, estaba el dichoso Levante jugando un partido a vida ó muerte en un desvencijado campo de algún pueblo no muy lejano. Y perdía cuatro a cero. Y Vicenta vio a su marido allí, a su lado, con absoluta nitidez. Lo vio enfadado, encolerizado, gritando “ja hi ha prou, caguendéu!” . Y Vicenta lloró. Lloró como no había llorado en su vida, lloró todo lo que no había llorado en muchos años. Lloró hasta creer que no podría parar de hacerlo nunca.
Cuando despertó, poco antes del amanecer, Vicenta ya no lloraba. Buscó y rebuscó por toda la casa hasta que encontró la vieja bandera que su hijo y su marido llevaban cada quince días desde la Malvarrosa hasta el Vallejo en aquel tranvía. Esa bandera que desde hace diecinueve temporadas ahora lleva ella al Ciudad de Valencia. La misma bandera con la que está saludando a esos jóvenes que le gritan: “abuela, ja som de primera”.
Ahora, allá en el cielo, su Toni estará exclamando: “per fí ,caguendéu!” mientras Dios, a su lado, se rie a carcajadas.
Joder…me he emocionado
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Ara mes que mai , cal recordar açó
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Ara mes que mai , cal recordar açó
Este hilo siempre me saca una sonrisa muy sincera. Gracias por el reflote Lliure
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Precioso!! No lo conocía
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¡¡¡La abuela Vicenta está de vuelta!!! ¡¡¡Amunt granotes!!!
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La sonrisa de siempre…
Nos vemos mañana en la fuente!!!
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¡¡¡¡I el gat puja a la palmeraaaa!!!!!!!!
¡¡Se nota, se siente, se nota en el ambiente!!
Som, som, som, de primera divisió.
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Amunt el post
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Son las nueve y media de la noche y ya anochece en el Cabanyal. Vicenta está sola tomando la fresca sentada en la acera delante de su casita coqueta y centenaria. Su enjuto y octogenario cuerpo es sostenido sin dificultad por una silla de playa de patas oxidadas comprada aquel mismo lejano año en que tuvo su primera magefesa. En su mano izquierda sujeta una bandera blaugrana, ya muy ajada, y con la derecha saluda a los coches alocadamente conducidos por veinteañeros que hacen su particular rallie por los estrechas callejuelas de los poblados marítimos de Valencia, haciendo ostentación de fanatismo levantinista. Apenas pasan a dos ó tres metros de ella y Vicenta, aunque las cataratas casi no le dejan verlos, percibe enormes vaharadas de felicidad procedentes de aquellos ruidosos jóvenes que sin duda acabarán destrozando las bocinas de sus autos.
Desde que Toni murió, el mismo día que aquel guardia civil bigotudo tan maleducado y feo montase aquel lío en Madrid -ella cree que deben de haber pasado más de veinte años pero no estaría segura- Vicenta no se había sentido tan feliz. Ni siquiera cuando su hijo le dio su primer nieto, Ximet, pocos meses después de que Toni no volviese a casa y se quedase para siempre faenando en la mar.
A ella no le gusta el futbol, es más, en vida de Toni lo odiaba. Ella hubiera deseado que su Toni le llevara a pasear por la calle Colón, por la Plaza del Generalísimo, por la calle de la Paz,…en lugar de irse con sus amigotes de cofradía al Vallejo, el campo del Levante, a chillar y gritar como monos en celo. Además casi siempre venía disgustado y, aunque en casi veinte años de matrimonio nunca le había puesto la mano encima, ella no podía evitar sentir cierta sensación difusa parecida al miedo cuando su hombretón, con su uno ochenta y pico y sus noventa y largos kilos de peso, venía enfadado como si mil demonios se hubiesen apropiado de su alma.
Ella le achacaba enfadarse por tonterías y el le respondía que se enfadaba “porque me da la gana” y que "a vore si, damunt de que vam perdre una guerra, almenys puc tindre l'alegria que el meu equip guanye algun partit, caguendéu!". Cuando estaba muy enfadado siempre su valenciano se volvía muy agreste y siempre, pero es que siempre, soltaba la palabreja de marras ante la cual Vicenta se precitaba a santiguarse con movimientos rápidos como si el hecho de que pasaran más de dos segundos entre el cagüendios y su piadoso gesto inevitablemente fuese a conducirlos al infierno a los dos.
Cuando él no volvió, a Vicenta todo le evocaba a Toni: objetos, olores, sonidos,…Pero el paso del tiempo fue borrando de forma imperceptible aunque continua e inexorable, la memoria de su marido, hasta que llegó un día, para su íntimo escándalo, en que se dio cuenta de que ya no era capaz de evocar con precisión el rostro de aquel hombre al que había adorado desde el primer día en que lo vio sentado en aquel banco del parque. Aquel día recién acabada la guerra en que él, viéndola devorar en dos bocados un panecillo negro como el carbón, le regaló el suyo, mientras le mentía en aquel castellano forzado: “no se preocupe señorita, yo hoy he comido un buen plato de judías y la verdad, no tengo mucha hambre”.
Hasta que un lluvioso sábado de noviembre, hace ya muchos otoños, Vicenta, aburrida y sin saber muy bien que hacer, encendió el viejo telefunken del salón y allí, en aquel nuevo canal en el que hablaban en valenciano, estaba el dichoso Levante jugando un partido a vida ó muerte en un desvencijado campo de algún pueblo no muy lejano. Y perdía cuatro a cero. Y Vicenta vio a su marido allí, a su lado, con absoluta nitidez. Lo vio enfadado, encolerizado, gritando “ja hi ha prou, caguendéu!” . Y Vicenta lloró. Lloró como no había llorado en su vida, lloró todo lo que no había llorado en muchos años. Lloró hasta creer que no podría parar de hacerlo nunca.
Cuando despertó, poco antes del amanecer, Vicenta ya no lloraba. Buscó y rebuscó por toda la casa hasta que encontró la vieja bandera que su hijo y su marido llevaban cada quince días desde la Malvarrosa hasta el Vallejo en aquel tranvía. Esa bandera que desde hace diecinueve temporadas ahora lleva ella al Ciudad de Valencia. La misma bandera con la que está saludando a esos jóvenes que le gritan: “abuela, ja som de primera”.
Ahora, allá en el cielo, su Toni estará exclamando: “per fí ,caguendéu!” mientras Dios, a su lado, se rie a carcajadas.
Joder…me he emocionado
Viéndolo desde fuera, es brutal
Algo así debe escribir alguien en versión zaragocista cuando se acabe el pasear por el desierto.
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Señores, ayer di con esto en LAS PROVINCIAS:
https://www.lasprovincias.es/comunitat/opinion/abuelo-vicente-20190530003616-ntvo.html¿CASUALIDAD? ¿PROVOCACIÓN?
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@Malcontent dijo en La abuela Vicenta:
Señores, ayer di con esto en LAS PROVINCIAS:
https://www.lasprovincias.es/comunitat/opinion/abuelo-vicente-20190530003616-ntvo.html¿CASUALIDAD? ¿PROVOCACIÓN?
Será casualidad (o como lo queramos llamar) como lo de Morales y Roger en San Mamés.
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@rana-baileys dijo en La abuela Vicenta:
@Malcontent dijo en La abuela Vicenta:
Señores, ayer di con esto en LAS PROVINCIAS:
https://www.lasprovincias.es/comunitat/opinion/abuelo-vicente-20190530003616-ntvo.html¿CASUALIDAD? ¿PROVOCACIÓN?
Será casualidad (o como lo queramos llamar) como lo de Morales y Roger en San Mamés.
socarraet13 27 de jul. de 2015 21:39
@lolaila:Son las nueve y media de la noche y ya anochece en el Cabanyal. Vicenta está sola tomando la fresca sentada en la acera delante de su casita coqueta y centenaria. Su enjuto y octogenario cuerpo es sostenido sin dificultad por una silla de playa de patas oxidadas comprada aquel mismo lejano año en que tuvo su primera magefesa. En su mano izquierda sujeta una bandera blaugrana, ya muy ajada, y con la derecha saluda a los coches alocadamente conducidos por veinteañeros que hacen su particular rallie por los estrechas callejuelas de los poblados marítimos de Valencia, haciendo ostentación de fanatismo levantinista. Apenas pasan a dos ó tres metros de ella y Vicenta, aunque las cataratas casi no le dejan verlos, percibe enormes vaharadas de felicidad procedentes de aquellos ruidosos jóvenes que sin duda acabarán destrozando las bocinas de sus autos.
Desde que Toni murió, el mismo día que aquel guardia civil bigotudo tan maleducado y feo montase aquel lío en Madrid -ella cree que deben de haber pasado más de veinte años pero no estaría segura- Vicenta no se había sentido tan feliz. Ni siquiera cuando su hijo le dio su primer nieto, Ximet, pocos meses después de que Toni no volviese a casa y se quedase para siempre faenando en la mar.
A ella no le gusta el futbol, es más, en vida de Toni lo odiaba. Ella hubiera deseado que su Toni le llevara a pasear por la calle Colón, por la Plaza del Generalísimo, por la calle de la Paz,…en lugar de irse con sus amigotes de cofradía al Vallejo, el campo del Levante, a chillar y gritar como monos en celo. Además casi siempre venía disgustado y, aunque en casi veinte años de matrimonio nunca le había puesto la mano encima, ella no podía evitar sentir cierta sensación difusa parecida al miedo cuando su hombretón, con su uno ochenta y pico y sus noventa y largos kilos de peso, venía enfadado como si mil demonios se hubiesen apropiado de su alma.
Ella le achacaba enfadarse por tonterías y el le respondía que se enfadaba “porque me da la gana” y que "a vore si, damunt de que vam perdre una guerra, almenys puc tindre l'alegria que el meu equip guanye algun partit, caguendéu!". Cuando estaba muy enfadado siempre su valenciano se volvía muy agreste y siempre, pero es que siempre, soltaba la palabreja de marras ante la cual Vicenta se precitaba a santiguarse con movimientos rápidos como si el hecho de que pasaran más de dos segundos entre el cagüendios y su piadoso gesto inevitablemente fuese a conducirlos al infierno a los dos.
Cuando él no volvió, a Vicenta todo le evocaba a Toni: objetos, olores, sonidos,…Pero el paso del tiempo fue borrando de forma imperceptible aunque continua e inexorable, la memoria de su marido, hasta que llegó un día, para su íntimo escándalo, en que se dio cuenta de que ya no era capaz de evocar con precisión el rostro de aquel hombre al que había adorado desde el primer día en que lo vio sentado en aquel banco del parque. Aquel día recién acabada la guerra en que él, viéndola devorar en dos bocados un panecillo negro como el carbón, le regaló el suyo, mientras le mentía en aquel castellano forzado: “no se preocupe señorita, yo hoy he comido un buen plato de judías y la verdad, no tengo mucha hambre”.
Hasta que un lluvioso sábado de noviembre, hace ya muchos otoños, Vicenta, aburrida y sin saber muy bien que hacer, encendió el viejo telefunken del salón y allí, en aquel nuevo canal en el que hablaban en valenciano, estaba el dichoso Levante jugando un partido a vida ó muerte en un desvencijado campo de algún pueblo no muy lejano. Y perdía cuatro a cero. Y Vicenta vio a su marido allí, a su lado, con absoluta nitidez. Lo vio enfadado, encolerizado, gritando “ja hi ha prou, caguendéu!” . Y Vicenta lloró. Lloró como no había llorado en su vida, lloró todo lo que no había llorado en muchos años. Lloró hasta creer que no podría parar de hacerlo nunca.
Cuando despertó, poco antes del amanecer, Vicenta ya no lloraba. Buscó y rebuscó por toda la casa hasta que encontró la vieja bandera que su hijo y su marido llevaban cada quince días desde la Malvarrosa hasta el Vallejo en aquel tranvía. Esa bandera que desde hace diecinueve temporadas ahora lleva ella al Ciudad de Valencia. La misma bandera con la que está saludando a esos jóvenes que le gritan: “abuela, ja som de primera”.
Ahora, allá en el cielo, su Toni estará exclamando: “per fí ,caguendéu!” mientras Dios, a su lado, se rie a carcajadas.
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Este mensaje creo que es de unos 10 años antes.
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Vamos a darle un poco de emotividad a esto con un clásico, que estamos a 23 horas de una eliminatoria que marcará nuestro futuro y estáis muy sosos, más pendientes de los fichajes de la temporada que viene que de lo que nos jugamos.