La cuarta olita ya va amainando. Invito otra vez a ver el magnífico gráfico semanal que publica casi todos los días en portada el diario digital El Confidencial, donde se puede ver muy plásticamente el modo en que esta nueva ola, no sólo ha sido más breve y con un pico mucho más achatado, sino que, de hecho, la cifra de muertos no ha llegado ni a hacer pico, y se ha mantenido estable e incluso bajando durante toda la crisis. Por supuesto en Valencia, que ha tenido unas cifras insólitamente bajas (hasta el punto de que se podría decir que no son de epidemia), pero en toda España en general.
Obviamente, cualquier muerto por esta enfermedad merece nuestra consideración y respeto: no son cifras, sino personas, con vidas y familias detrás. Pero en términos de salud pública, las cifras sí que son importantes de cara a llevar a cabo medidas que supongan restricciones sociales e incluso coartación de derechos (como la libre circulación), y como es bien sabido, las consecuencias económicas y psíquicas que conllevan.
Dado que no hay ninguna otra variable que explique una evolución tan benigna comparado con las olas previas (el calor ha llegado muy recientemente), y que todavía no se ha comunicado ningún ingreso hospitalario por COVID-19 en personas vacunadas, es evidente que lo que ha cambiado ha sido la vacunación, que es efectiva. A día de hoy. No sabemos si en el futuro puede aparecer una cepa resistente a esta vacuna, pero de momento las que existen son sensibles. Y, en cualquier caso, una cepa futura será más fácilmente atajable con una pequeña modificación de la vacuna actual (como pasa con las gripes). Yo diría que el cabronavirus 2019 lo tenemos ya enfilado, y podremos acabar con él, al menos en su variante virulenta.
Para mí, es evidente que la clave ha estado en vacunar lo más rápido que se ha podido en función de la disponibilidad de las vacunas (todos sabemos lo que ha pasado a ese respecto, pero es tema para otro mensaje específico) y comenzando por la población más vulnerable, esto es, sobre todo ancianos, y secundariamente (se está empezando ahora) a enfermos crónicos de ciertas enfermedades que se asocian con las trombosis autoinmunes que esta neumonía genera. Llama la atención una evolución tan buena cuando apenas está vacunado el 15% de la población con la pauta completa. Pero las cifras están ahí.
Dicho esto, y de cara a futuro, para mí queda claro que la clave es la vacunación a los vulnerables, y que alcanzar la inmunidad de grupo (ese 70% de vacunados) es un objetivo más secundario: que haya 5000 jóvenes con una especie de gripe simultáneamente no supone ningún riesgo para la salud pública, y por ese motivo no se justificarían cierres perimetrales, aislamientos o cierres de hostelería y turismo. Incluso las medidas de separación social podrían ser más suaves (por ejemplo, y para lo que nos importa, ya no sería necesario evitar el público en espectáculos deportivos).
Si de mí dependiera, vacunaría a todos los mayores de 50 años y a todos los menores de esa edad con enfermedades crónicas.
Y el resto, sólo los que quisieran. No será necesario para acabar con el problema de salud pública.
Más aún, dado que no sabemos a largo plazo los efectos secundarios que puede tener esta vacuna (Dios quiera que ninguno), no vacunaría a los menores de 25 años sanos (ojo, la obesidad es considerada en este caso una patología), dado que no se ha descrito ningún caso grave en esas circunstancias.
Este verano deberíamos ya estar haciendo una vida bastante normal.